El sol de la tarde teñía el jardín real con tonos dorados y violetas. Las fuentes murmuraban suavemente y el perfume de las flores flotaba en el aire, llenando de calma aquel rincón apartado del palacio.
Lyanna estaba sentada bajo un rosal, con un libro abierto entre sus manos. Pero sus ojos apenas recorrían las letras. Su mente divagaba, como tantas veces en las últimas semanas, hacia un recuerdo que la había marcado más de lo que quería admitir: la noche en que trajeron a Lucian, destrozado, casi sin vida.
Ella lo había visto inconsciente, con la piel fría y los labios manchados de sangre. Recordaba perfectamente cómo su corazón había latido con fuerza al mirarlo, aunque no entendiera por qué. Desde entonces, cada vez que pasaba cerca de sus aposentos durante su recuperación, había sentido una atracción silenciosa, un deseo de quedarse junto a él y asegurarse de que respiraba.
Ahora, semanas después, Lucian ya no era aquel hombre al borde de la muerte. Caminaba por los pasillos con