El sol comenzaba a descender sobre el horizonte de Alzhar, tiñendo el cielo de tonalidades anaranjadas y púrpuras que se reflejaban en las ventanas del palacio. Mariana caminaba apresuradamente por los pasillos, con la respiración entrecortada y las mejillas húmedas. Las paredes ornamentadas que antes le parecían majestuosas ahora se cernían sobre ella como una jaula dorada. Cada paso resonaba contra el mármol pulido mientras se alejaba de la habitación donde había dejado a Khaled con su familia.
Las palabras de Fátima seguían retumbando en su cabeza como un eco interminable: "Una occidental nunca podrá entender nuestras tradiciones. Nunca será una de nosotros."
Mariana dobló en una esquina y se detuvo frente a un ventanal que daba hacia los jardines. Su reflejo le devolvió la mirada: una mujer con los ojos enrojecidos y el cabello ligeramente despeinado. ¿Quién era ella en este lugar? ¿La maestra mexicana? ¿La niñera extranjera? ¿O algo más que ni siquiera ella se atrevía a nombrar?