El Palacio Al-Fayad resplandecía aquella noche como una joya en medio del desierto. Los jardines habían sido decorados con miles de luces que parecían estrellas caídas del cielo, y el agua de las fuentes danzaba al ritmo de una suave música tradicional. Khaled observaba desde la ventana de su despacho cómo los últimos preparativos tomaban forma. El banquete diplomático de esta noche no era un evento cualquiera; representaba la culminación de meses de negociaciones con inversores extranjeros que podrían cambiar el futuro económico de Alzhar.
Se ajustó la túnica ceremonial de color azul oscuro bordada con hilos de oro, un atuendo que reflejaba su estatus como miembro de la familia real. Su rostro, perfectamente afeitado, mostraba la severidad habitual, pero sus ojos traicionaban una inquietud que solo él conocía. No era la presión del evento lo que lo perturbaba, sino saber que Mariana estaría allí.
—Su Excelencia —interrumpió Faisal, entrando al despacho con una reverencia—. Los primer