Khaled se detuvo en el umbral de la puerta, observando en silencio. Mariana no había notado su presencia mientras ordenaba meticulosamente la habitación de Sami. Sus movimientos eran fluidos, casi como si danzara entre los juguetes esparcidos por el suelo. El jeque permaneció inmóvil, cautivado por la escena.
La tarde caía sobre el palacio, y los rayos dorados del sol se filtraban por los ventanales, creando un halo alrededor de la figura de Mariana. Khaled notó cómo tarareaba una melodía suave mientras doblaba la ropa de Sami y acomodaba sus libros de cuentos. No era la primera vez que la observaba así, en secreto, admirando la naturalidad con la que se desenvolvía en su hogar.
"Es solo una empleada", se recordó a sí mismo, pero la frase sonaba cada vez más hueca en su mente.
Mariana se arrodilló para recoger un pequeño avión de madera que Sami había dejado bajo la cama. Lo examinó con cuidado, notando que una de las alas estaba ligeramente suelta. Con delicade