El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de seda cuando Mariana despertó. Había pasado una semana desde aquel beso en el jardín, siete días en los que había intentado convencerse de que aquello no había significado nada, que había sido un error, una confusión momentánea. Sin embargo, cada vez que se cruzaba con Khaled en los pasillos del palacio, sentía cómo su corazón se aceleraba traicionándola.
Se levantó y se dirigió al baño para prepararse. Mientras cepillaba su cabello, observó su reflejo en el espejo. Sus mejillas habían adquirido un ligero tono bronceado por el sol de Alzhar, y sus ojos parecían más brillantes, más vivos. ¿Era eso lo que provocaba estar enamorada? Sacudió la cabeza. No, no podía permitirse pensar así.
—No estás enamorada —se dijo en voz baja—. Solo estás confundida.
Después de vestirse con unos pantalones ligeros y una blusa de manga larga que respetaba las costumbres locales pero le permitía moverse con comodidad, salió de su habitación para dirig