El sol de la tarde se filtraba por los ventanales del palacio, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de mármol. Mariana caminaba por el pasillo principal, con la mente dividida entre la preocupación por los niños y la inquietud que le provocaba la creciente tensión en el palacio. Desde el regreso de Khaled, todo parecía estar en un delicado equilibrio, como si el aire mismo contuviera la respiración a la espera de que algo ocurriera.
Sus pasos resonaban en el silencio mientras se dirigía hacia la biblioteca. Necesitaba un momento de paz, un refugio donde ordenar sus pensamientos. La confrontación con la familia de Khaled, las miradas de desaprobación, las palabras susurradas a sus espaldas... todo eso pesaba sobre ella como una losa.
Al doblar la esquina, una figura emergió de las sombras, bloqueando su camino. Mariana se detuvo en seco, reconociendo inmediatamente a Rashid. Su postura rígida y la intensidad de su mirada le provocaron un escalofrío.
—Qué conveniente encontrarte