El silencio de la noche en el palacio era casi tangible. Khaled permanecía de pie junto al ventanal de su despacho, contemplando los jardines iluminados por la luna. Su reflejo en el cristal le devolvía la imagen de un hombre atormentado, con ojeras pronunciadas y una tensión evidente en la mandíbula. Llevaba tres noches sin dormir adecuadamente, consumido por pensamientos que no lograba acallar.
La imagen de Mariana sonriendo junto a Farid durante la cena de la noche anterior seguía grabada en su mente como una herida abierta. El joven diplomático había sido invitado por asuntos oficiales, pero su evidente interés en la mexicana había despertado en Khaled una furia que apenas pudo contener.
—Esto no puede continuar —murmuró para sí mismo, apretando el puño contra el cristal.
El jeque se apartó del ventanal y caminó hacia su escritorio. Sobre la pulida s