El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales del salón principal, proyectando patrones geométricos multicolores sobre el mármol pulido. Khaled observaba desde su posición privilegiada cómo los miembros del consejo y varios nobles de Alzhar tomaban asiento para la reunión mensual. Sus rostros, algunos conocidos desde la infancia, otros incorporados en los últimos años, conformaban el círculo de poder que mantenía la estabilidad del país.

Sin embargo, hoy percibía una tensión diferente. Las miradas furtivas, los cuchicheos apenas disimulados, la rigidez en los hombros de los consejeros más antiguos. Khaled lo sabía perfectamente: había un tema no programado que todos querían abordar.

—Su Alteza —comenzó el jeque Farid Al-Masri, un hombre de avanzada edad cuya familia había servido a la suya por generaciones—, hemos concluido los asuntos económicos y diplomáticos previstos para hoy.

Khaled asintió, preparándose mentalmente para lo que vendría.

—Si