Cassie
El aire del bosque aún me quemaba los pulmones cuando crucé el umbral de la cabaña. Cerré la puerta con cuidado, aunque el temblor en mis dedos me traicionaba. Era como si al mínimo movimiento brusco todo lo que estaba contenido dentro de mí —la duda, la furia, la desesperanza— pudiera desbordarse.
Apreté los labios y contuve el gemido que amenazaba con escapar. La espina aún seguía enterrada en mi palma, fina y cruel, como el recuerdo de su presencia. O su ausencia. O lo que sea que me haya hecho sentir allá fuera.
La luna me siguió todo el camino, brillante y testigo. La vi reflejada en el charco de sangre en mi mano cuando por fin extraje la espina. ¿Qué clase de ironía cósmica era esa? Sangraba y, sin embargo, no dolía tanto como no tenerlo. Como saberlo lejos. O peor, muerto.
Pero no estaba muerta. Yo no. Y la conexión que me había estremecido segundos antes tampoco lo estaba.
No podía haberlo imaginado.
El sonido de pasos me arrancó de mis pensamientos. Lucian apareció en