— ¿Eres idiota o qué? — se levanta con ayuda de Abel que le ofrece la mano.
— ¿Idiota?, no amiga, te aconsejo que vayas con un oftalmólogo, al parecer tienes pérdida de visión.
— Tú la viste, Abel.
— Yo no vi nada, Casandra.
— Puedes irte tranquila, no tienes ni un hueso roto— vuelvo hablar.
— Esto no se va a quedar así— dijo y se fue hecha una furia.
La puerta es azotada por ella mientras dirijo mi mirada a la de Abel, que me observa con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.
— No debiste, pequeña.
— La que no debió de amenazarme fue ella, quien me busque, me acaba encontrando.
Este se v