Capítulo 45

Y aun así era incapaz de creer lo que decían esas letras escritas en aquel papel blanco que sostenían mis manos, mi mente de alguna manera se le hacía difícil asimilar, de que la única persona que me ha amado desde el minuto uno que lo conocí había muerto y la causa de esa muerte era por mi felicidad.

Salí corriendo con el alma encogida rumbo al hospital donde podría confirmar que el nombre del donante de corazón de Abel no era José, que todo esto era una broma de mi amigo.

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