17. LA SILUETA EN EL ACANTILADO

— ¡Basta! Khan… ¡Déjame en paz, no seas majadero!

Lara hubiera querido que su voz tuviera un tono de regaño, pero cuando se trataba de sus tigres sólo acentos risueños había en sus palabras.

Silver Moon se había recostado en el diván de frente a los grandes ventanales, contemplando la extensión de tierra que tenía delante como si quisiera devorarla con la mirada. Y Khan, después de dar angustiosas vueltas por la habitación, se había tumbado al lado de Lara, haciendo un hueco allí donde su enorme cuerpo se apoyaba en el colchón.

—  ¡Vamos! ¡Estate quieto!— contra su espalda, la enorme cabeza blanca seguía presionando. La cacería era el único choque de adrenalina que tenían los tigres para desahogarse de la pasividad en que vivían, y estaban ansiosos por salir.

Con un adem&

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