La noche se sentía más pesada de lo habitual, como si el bosque estuviera envolviéndome en una capa de sombras y susurros. Las palabras de Eirik resonaban en mi mente con una fuerza implacable: “El bosque recuerda. Y protege a aquellos que aún son dignos de su confianza”.
Esa misma frase me atormentaba. Algo dentro de mí, quizá la misma curiosidad que Eirik me había pedido contener, crecía con una intensidad que no podía controlar. Tenía que saber más, aunque sabía que estaba caminando en terreno peligroso.
Eirik había sido claro: debía esperar. Pero esperar nunca había sido mi fuerte, y la intriga que había despertado en mí era insoportable. No podía seguir ignorando los susurros del viento ni las verdades que parecían bailar a mi alrededor sin revelarse por completo.
Había una loba en nuestra manada que podía tener respuestas. Alma, la loba más vieja, cuyo nombre llevaba el peso de generaciones. Ella era la guardiana de las historias, la m