C8- HUBIERAS SIDO MÍA

C8- HUBIERAS SIDO MÍA

La puerta crujió suavemente, y Eros dudó. Su pulgar trazó un círculo sobre el frío metal.

No deberías estar aquí, pensó.

Y, sin embargo, giró la perilla.

La puerta se abrió con un leve chasquido, y en medio de todo, estaba la figura de Lucy, acurrucada en la cama.

Él mismo había dado la orden a François de que no la molestara. Que la dejara en paz, sobre todo después de lo que le había dicho: que se había quedado dormida de tanto llorar.

Eros no sabía qué demonios estaba haciendo allí, pero estaba. No era debilidad por esa mujer, eso no…

No puede ser eso, se dijo.

Era otra cosa. Algo que se le metía en la sangre y lo empujaba hacia ella. Avanzó despacio y, al acercarse, notó algo que le apretó el estómago: lágrimas secas sobre sus mejillas.

Jodida injusticia.

Un calor sordo le encendió el pecho, una mezcla rara entre pena y algo parecido a la furia. Y también —aunque no quisiera admitirlo— una necesidad salvaje de hacer pagar a quien la había dejado así.

Ezra. Su
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