C6- LECCIONES DE UNA ESPOSA MAFIOSA.
Su boca era cálida, exigente, y no dejaba espacio para pensar. La besaba como si fuera suya y Lucy, sin querer, se aferró a la tela de su camisa, tratando de sostenerse de algo, mientras su cuerpo se rendía sin quererlo.
No supo en qué momento sus rodillas cedieron ligeramente o cuándo su respiración se convirtió en jadeos suaves, atrapados entre beso y beso.
Eros la guiaba con firmeza, con experiencia, y ella estaba atrapada en ese torbellino de sensaciones y se sintió sobrepasada.
No solo por el beso, sino por la forma en que su cuerpo respondía, en cómo su cuerpo se pegaba al de él y cómo la hacía olvidar todo su infierno.
Pero entonces, todos los abusos de Ezra, sus insultos, sus golpes, llegaron como una avalancha, y Lucy no distinguió entre un hermano y otro. El miedo invadió cada célula de su cuerpo y se perdió la magia.
Se apartó, asustada, pero igual de agitada por el beso. Y cuando logró recuperar un poco de control, se alejó de golpe, como si acabara de quemarse. Su corazón palpitaba con violencia, pero el sabor de él seguía en sus labios, cálido y adictivo.
Por su parte, Eros la observó mientras se lamía los labios con lentitud, saboreando con gusto su beso. Luego dio un paso atrás con calma, como si nada de eso lo hubiera afectado.
—Ahora tenemos un trato, chérie —murmuró, apenas sonriendo.
Lucy tragó saliva, sintiendo aún el calor recorrerle el cuello y la espalda.
—No vuelvas a hacerlo —susurró, sin mirarlo.
Eros se rió por lo bajo, como si hubiera oído algo gracioso.
—Eso no va a poder ser... porque, siendo mi esposa, habrá muchos besos. —Le guiñó un ojo y añadió—: Y, para tu desgracia, me gusta besar, chérie. Sobre todo si la respuesta es así de deliciosa.
Ella se sonrojó hasta las orejas y desvió la mirada, avergonzada. Se preguntaba cómo iba a sobrevivir a ese hombre. Porque Eros era igual de peligroso que su marido, solo que este amenazaba con lastimar, no su cuerpo, sino su corazón, y ella no podía permitirlo.
—Le pediré a mi mayordomo que te prepare una habitación —dijo Eros, interrumpiendo sus pensamientos—. Asumo que quieres descansar. Además, todavía tenemos trabajo que hacer antes de empezar con tus lecciones.
—¿Lecciones?
Él dio un paso hacia ella y, como reflejo, Lucy retrocedió. No la tocó, solo la miró con esa sonrisa peligrosa en los labios.
—Oh, sí... lecciones. Lecciones de una esposa mafiosa.
Ella lo miró atónita, sin saber si estaba bromeando o hablando en serio, pero algo en su mirada le dijo que no era un simple juego.
—Lo sabrás muy pronto, chérie. Ahora descansa. Tengo que hacer unas llamadas.
Llamó al mayordomo, y el hombre apareció de inmediato. Lucy lo siguió en silencio, todavía temblando por dentro, preguntándose a qué se refería con lecciones... y lo peor: si no habría cometido un error al aceptar esto.
Cuando la puerta se cerró tras ella y él se quedó solo en el despacho, cerró los ojos un segundo. Todo su cuerpo estaba en tensión por esa mujer, y eso era algo que no sucedía con frecuencia.
Le gustaban las mujeres, obviamente, pero no al punto de hacerle perder su autocontrol… y su cuñada lo estaba logrando. Giró el rostro y lo vio; se inclinó y tomó el pañuelo que le había dado, acercándolo lentamente a su rostro.
Aspiró su aroma.
Una mezcla suave de su perfume: algo floral, algo dulce. Sonrió y luego, con los labios aún curvados, marcó un número.
La línea se conectó de inmediato.
—Pierre. No necesito una actriz. Ya tengo una esposa.
El asistente miró a la joven que acababa de contratar y parpadeó, confundido.
—¿Otra actriz, señor?
Eros rozó el pañuelo entre los dedos, visualizando a Lucy con sus mejillas coloradas y esos tiernos ojos marrones. Solo la imagen despertaba en él emociones que no podía controlar.
—No. Alguien mejor. Alguien que va a llenar el papel… como nadie.
Colgó sin decir más, y Pierre miró el teléfono, negando resignado.
—Genial… otro cambio de planes. ¿Por qué no me hice florista?
Despues de colgar, Eros fue hasta la licorera, sirviéndose un whisky sin apuro. Dio un trago largo, y en su mente, como una bofetada, volvieron las palabras de Lucy:
"Él... abusó de mí varias veces. Es impotente. Y como no puede... cumplir... conmigo... usaba cosas..."
Su mano se tensó alrededor del vaso.
—Eres un maldit0 perro como nuestro padre, Ezra... una basura que tiene que ser eliminada —gruñó.
Incluso para él, con sus gustos poco convencionales en la cama, lo de Ezra era inaceptable. Repugnante. Él jamás había forzado a una mujer. Jamás. Era un juego mutuo o no era nada. Pero Ezra... Ezra no era un hombre, era un animal.
Y lo sacaría del camino, lo había querido hacer hace tiempo y ahora tenía un motivo real.
Se sirvió más whisky, intentando calmar el calor en su cuerpo. Pero no funcionaba. Ni el hielo, ni el alcohol, aplacaban la erección que Lucy habia despertado, la frustración comenzó a apoderarse de el.
Agarró el teléfono de nuevo y marcó otro número.
—Sonja —fue al grano—. Espérame esta noche... necesito...
Pensó en Lucy, en su boca, en su cuerpo temblando contra el suyo.
—...relajarme.
Del otro lado, la mujer ronroneó un "sí" que él ni siquiera escuchó del todo. Colgó, sirviéndose otro whisky, miró el vaso un segundo y luego al pañuelo.
—Espero que no te conviertas en un problema, dulce Lucy —murmuró tensando los labios—. Porque hasta ahora... no quiero prescindir de ti.