Alex
Imaginé que esta reunión tomaría mil caminos diferentes. Cada vez había una introducción diferente, un entorno distinto. Pero nunca —y quiero decir nunca— imaginé el saludo que escuché de la voz profunda y provocadora de Alex.
—Buenas noches, Cristina. —Inhaló su nombre, permitiéndole entrar en su boca con tan delicada intención.
Lo odiaba.
Me puso muy enferma.
Y por mucho que despreciara el dolor que me causaba, la incomodidad que me causaba no era nada comparada con cómo respondía Cristina.
—Hola… —dijo ella con voz entrecortada, sumida en una timidez incontrolable que me dejó clavada contra el suelo de la silla.
¿Hola? ¿Así sin más? ¿Tan dulce y maravillada? No se parecía en nada a cómo nos habíamos hablado durante semanas; su entusiasmo era tan sincero como el de Mila, cuyos ojos, abiertos como platos, se quedaron fijos en Alex mientras él le quitaba el cigarrillo de los dedos.
—A Cristina no le gusta el olor a humo —gruñó, apagando su Sobranie negro sobre la mesa de lino.
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