—¿Cristina?— Su sonrisa se transformó en una sonrisa abierta, como si no pudiera creer que estuviera frente a él. —Estás aquí...—

Verlo fue tan extraño, como si toda la preocupación que tenía, todo el miedo que me supuraba en las entrañas, se disolviera como terrones de azúcar en el té. La culpa me golpeó el corazón mientras una lágrima rodaba por mi mejilla.

—Lo siento mucho…— dije, usando tres palabras para describir la emoción que me consumía y que no podía expresar.

Lo siento si te lastimé, lo siento si te preocupaste, lo siento por haber estado en silencio por tanto tiempo y especialmente ahora... lo siento por lo que estoy a punto de hacer.

—Cristina... no, no lo sientas. No malgastes tus lágrimas... no por mi insensatez. —Se acercó a mí, secándome los ojos antes de atraerme hacia sí, calentándome con el simple roce de su mano en la espalda. Mi vestido parecía demasiado formal comparado con su aspecto acogedor; su suave camisa roja, casi color salmón por años de uso, se envolvía