—Gabriel —dije en voz alta, todavía sorprendida de que viniera a buscarme—. Se suponía que debías esperar en el pasillo —dije agotada, atrapada entre los dos hombres, temerosa de lo que pudiera pasar.
Gabriel entró en mi habitación, cautelosamente concentrado. —No pude evitarlo; estabas tardando demasiado y me preocupé—.
Aguilar se levantó de la cama con naturalidad, cargando mi bolso. —Cristina estaba a punto de irse, pero pueden quedarse si necesita más tiempo—.
Miré a Aguilar ; su serenidad era más atractiva y cautivadora que la del lobo que había visto antes. Le quité la bolsa de la mano.
—Creo que lo tengo todo—, dije mientras Aguilar colocaba su mano en mi espalda, una sensación de la que nunca me cansaría.
—Yo también lo creo.—
Me aclaré la garganta mientras nos dirigíamos a la puerta principal, la abrí y luego me volví hacia Aguilar y le di un rápido abrazo para despedirme.
—Mejor quítate, Cascabel. —Le susurré al oído, abrazándolo, aún sin saber si podría soltarlo. Su sudo