Lina se concentró en su teléfono, lo levantó y leyó un mensaje antes de mirar por encima del hombro.
—¿Qué es?— pregunté.
—Es Cristina… ¿está aquí?—
—Sí, por eso tienes que quedarte callada—, le recordé mientras ella volvía a mirar su teléfono, intentando no sonreír.
—Ella todavía debe estar despierta.—
¿Qué te hace decir eso?
—Me acaba de escribir... y quizá no todos piensen que eres el malo—. La mirada encantadora de Lina casi me inquieta. ¡Dios mío! Cristina era, sin duda, la única persona que podía ponerme así de nervioso.
¿Tú? ¿Qué necesita? Yo me encargo.
—Tranquilo, grandullón. Sé que podrías, pero esto es por mí —volvió a mirar la pantalla—. Quiere saber que estarás bien, que no tendrás que ir a la cárcel.
—¿Por el caso?—
Supongo que sí. Lo que se mencionó esta noche se le debe haber metido en la cabeza; aunque pasar toda la noche en una comisaría es suficiente para preocupar a cualquiera. Bajó la página y volvió a sonreír. Incluso firmará el acuerdo de confidencialidad... par