Carlotta acomodaba las chaquetas, blazer, sobretodos, abrigos de pieles, plumas y cuanta extravagancia costosa trajeran los invitados.
Trabajaba en conjunto con otra chica que atendía en el mostrador y recogía las prendas.
Todo debía hacerse impecable, ninguna arruga en las ropas, nada roto, perdido, ni manchado.
Le habían dado hasta un uniforme de saya de tubo negra y blusa elegante blanca.
El Duque de Vallucci y su familia, llegaron a la antesala.
Casualmente, Stefano había sido saludado por un socio de negocios y su querida hermanita, amablemente, fue la que le llevó el sobretodo a colgar.
Valentina esperaba a que una señora recalcitrante delante de ella entregara su abrigo lleno de plumas y fanfarrias.
— Verdad que hay cada gente con cada mal gusto – se burló susurrándole al oído a su madre.
En eso, algo muy curioso sucedió.
Mientras la señora daba instrucciones para acomodar su ropa, se metió la mano al bolsillo donde llevaba una reluciente y costosa pulsera.
Al sacar la mano de