78. ¡Piedad!

Narrador omnipresente

—¿Quién te crees que eres para dar órdenes en mi reino? —la voz de Amet resuena grave, dura, con un filo que corta el aire.

El cuerpo de Sarahí se tensa de inmediato. Siente cómo si el suelo bajo sus pies se moviera, como si el desierto exhalara un aliento contenido. El vértigo le golpea en el estómago y, por un instante, teme que sus piernas no la sostengan.

Se gira, con los ojos abiertos de incredulidad, hacia la dirección de la voz.

—Tú… tú… —balbucea, señalándolo con un dedo que no puede controlar—. ¡Tú estás muerto! Yo vi cómo el automóvil estallaba en mil pedazos…

Amet esboza una sonrisa torcida, fría, y arquea una ceja con un gesto cargado de burla. Sus pasos avanzan lentos, medidos, como si cada movimiento fuese un juicio pronunciado contra ella.

—¿Así que me viste? —su tono destila veneno—. ¿O acaso fuiste tú quien oprimió el dispositivo?

El corazón de Sarahí late desbocado, golpeándole el pecho como si quisiera escapar. El miedo amenaza con quebrarla, p
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