POV. Alec Smirnov.
Estoy frente al cristal curvado de mi oficina, en el último piso de The Bow, en Calgary, admirando el atardecer. Desde aquí, las personas parecen pequeñas figuritas en movimiento, ajenas a mi contemplación. El ruido de la ciudad es un eco distante, casi un murmullo, y lo agradezco. Llevo el vaso de whisky a mis labios, dejando que su calor me recorra antes de dar un gran sorbo. Miro hacia el oeste, donde las Montañas Rocosas se alzan imponentes y majestuosas, recordándonos lo que verdaderamente significa la grandeza. Desde esta altura, Calgary, la ciudad más importante de la industria petrolera en Canadá, parece pequeña, pero su poder es innegable. Aún siento mis piernas temblar. "¿Es real? ¿O solo un sueño del que nunca quiero despertar?" Fueron tantos años de cautiverio dentro de una jaula de oro. Quince malditos años. Peor que un preso. Desde el día de mi nacimiento, mi destino fue sellado: comprometido en matrimonio sin opción a elegir. A los 15 años, fui obligado a casarme. Ese día entendí la verdadera razón detrás de la insistencia de mi padre en que aprendiera árabe. Siempre pensé que lo veía como un idioma clave para los negocios, una herramienta estratégica… pero no era así. Hasta ese momento, había vivido creyendo que tenía la vida perfecta, o al menos lo era para mí. Mi padre y mi hermana me amaban más que a nada en el mundo... y yo a ellos. Es por eso que las mentiras dolieron tanto... Flashback. Llego preocupado a la casa de mi padre. Su hombre de confianza fue a recogerme de la universidad en Moscú. El viaje hasta Siberia en automóvil tomó cerca de 80 horas; el clima era una m****a por la nieve y el avión no pudo despegar. Mi preocupación creció con el silencio de Sergei. Ese hombre no soltó palabra en todo el camino, y su rostro inexpresivo, imposible de leer, solo aumentó mi frustración. Al bajar del automóvil, corro directamente a la oficina de mi padre. Entro sin tocar; mi angustia no deja espacio para protocolos. —Papá, ¿te pasó algo? —pregunto, recorriéndolo con la mirada. Está sano y salvo, sentado en su escritorio, con el ceño fruncido, como si algo lo incomodara. Mi hermana Anastasia está allí también, pero lo que más llama mi atención es un hombre de porte imponente, con un turbante y una túnica elegante. Su mirada es penetrante, y sus ojos, de un azul intenso idéntico a los míos, despiertan en mí muchas dudas. Mi padre se levanta de su silla y camina con paso firme hacia mí, tomándome de las manos. Su gesto es tranquilizador, pero puedo sentir un leve temblor en sus dedos que me dice lo contrario. —Amet, ¿nos puedes dar unos minutos a solas? —pregunta mi padre. El hombre asiente, se pone de pie con serenidad y sale de la habitación. Mi padre me guía hacia el sofá y se sienta a mi lado. Yo quedo en medio, entre él y mi hermana, con mil preguntas atoradas en la garganta. —Alec, llegó el momento de que sepas toda la verdad sobre tu origen —habla papá y siento que no quiero escuchar nada de lo que tenga que decirme. Anastasia toma mi mano libre y la aprieta con fuerza. Un pequeño sollozo escapa de su garganta. Hasta ese momento no había notado sus ojos irritados. Ha estado llorando. "Pero… ¿Por qué?" Mi corazón se acelera. Mis ojos se alternan entre ella y mi padre. —Papá, dime, ¿qué está pasando realmente? —pido con urgencia—. ¿Por qué Ana ha llorado? Él suspira y da unas leves palmaditas en mis manos, antes de hablar. —Alec, has sido y siempre serás mi hijo amado, mi mayor orgullo… —su voz está cargada de nostalgia, de tristeza… de algo que no logro comprender. —¿Qué pasa? —insisto, sintiendo cómo la frustración comienza a axfisiarme. Ana aprieta con más fuerza mi mano y su sollozo se vuelve más fuerte. —Por favor, te pido que no me interrumpas hasta que termine —pide papá, su voz es un susurro triste, que me llena de dolor. Asiento, cada vez más preocupado. —Alec, yo no soy tu padre… soy tu abuelo materno. El mundo a mi alrededor parece tambalearse. Mis ojos se desvían incrédulos hacia Ana. Ella… es tan solo 14 años mayor que yo. —Así es, Alec, Anastasia es tu madre… y el hombre que acaba de salir es tu padre. —Su voz es apenas un murmullo, como si le doliera en el alma pronunciar esas palabras—. El Rey de Catar. Mi cabeza es un completo caos. "Mi vida entera… una mentira." "Mi padre... no es mi padre." "Mi supuesta madre, la mujer que jamás ví porque murió al darme a luz… todo es mentira." —Tu, eres mi padre. Al único que conozco, al único que considero como tal —gruño, levantándome de la silla furioso. Ana se acerca, intentando abrazarme, pero doy un paso atrás alejándome. En este momento siento que sus brazos me queman. —Hijo, por favor, escúchame —suplica papá… o mejor dicho mi abuelo. Lo miro fijamente a los ojos y señalo la puerta con mi mano, como si mi odio la pudiera traspasar. —Dime, ¿qué quiere ese hombre que está allá afuera? —pregunto, mi voz elevada, temblorosa por la ira que recorre mi cuerpo ante el engaño. —Alec, eres su legítimo heredero al trono. Mi padre hace una pausa, pero yo niego con la cabeza, negándome a aceptar sus palabras. —El día que naciste, firmamos con tu padre… Lo miro fijamente, fulminándolo con la mirada, cortando su confesión en seco. —Con Amet, un contrato de matrimonio. Frunzo el ceño y abro los ojos de par en par. —¿De qué hablas? —No puedo hacer nada. Durante 15 años me opuse a que crecieras junto a él… Te tomé como mi hijo y te he amado como tal. Por primera vez en mi vida, escucho quebrarse la voz de mi padre, un hombre robusto, de mirada severa y porte imponente. —Pero ahora debemos cumplir con lo pactado… Tu madre, en un arrebato de rebeldía, se casó con él, pero eran tiempos difíciles —papá busca acomodar las palabras. Lo sé. "Eso que tiene que ver ahora" pienso. —Nuestros países y culturas estaban enfrentados, y su unión habría sido vista como traición en cualquiera de los bandos. Ana me mira con dolor, con arrepentimiento en los ojos. —Perdón… —susurra entre sollozos. —Hijo, te juro que si hubiera una salida, la tomaría. —Papá, la hay... —dice, mi… ¿madre? "Dios no puedo creerlo..." —Ana, que te ejecuten no es una salida. Alec puede sobrevivir a ese matrimonio. Postergaremos su consumación hasta que sea mayor de edad… pero… La miro y siento que mi corazón se oprime. Siempre ha estado a mi lado. Aunque se casó, se negó a irse de casa por mí. Me ha amado y protegido desde siempre… "Madre o no, ella siempre estuvo y ha estado presente en mi vida... yo no puedo condenarla a muerte." —Lo haré… me casaré. —Mi voz es firme, llena de determinación. Ahora lo tengo claro: debo enfocarme en mis estudios, ser el mejor y averiguar todo lo posible sobre ese país y ese hombre. Pero algo es seguro… no seré su sucesor. Mi vida está aquí, o en cualquier otro lugar del mundo, pero no en Oriente. Papá me abraza. Veo sus ojos cristalizados y sé que esta decisión es tan difícil para él como para mí. Pero no hay más salidas. —Gracias, hijo. —Su voz se quiebra mientras me aprieta con más fuerza. Extiendo un brazo y atraigo a Ana al abrazo. Escucho sus sollozos, pero no la puedo culpar gracias a ella estoy en este mundo. —Ustedes son mi familia, y nunca permitiré que les pase nada. —Respiro hondo antes de susurrar—. Los amo. La puerta es tocada, Ana, abre. "Aún no puedo llamarla mamá, cuando toda mi vida fue mi hermana." Amet, entra, con su porte imponente y su mirada desafiante. —Por favor tome asiento —mi padre le indica la silla frente a él. Yo me mantengo de pie a un lado de papá. Ana se sienta en la silla al lado de Ameth —¿Digame qué respuesta me tiene? —pregunta directo y sin rodeos ese hombre. —Alec, ha aceptado el matrimonio, pero se consumará cuando él tenga 21 años —la voz de mi padre, suena firme y segura. Amet mantiene la mirada fija en él, escuchando con atención. —Acepto, pero a partir de este momento habrá hombres de la monarquía cuidándolo —él hace un breve silencio esperando alguna contradicción. Mi padre asiente, manteniendo su rostro serio e inexpresivo. —El día de su cumpleaños, no solo asumirá su papel como esposo, sino también como príncipe y futuro heredero…