LA CAÍDAS y el RESCATE  de un ANGEL
LA CAÍDAS y el RESCATE de un ANGEL
Por: Kalessy G
Capitulo 1 La Prometida sin Voz

Los cristales del gran salón centelleaban bajo la luz de las arañas colgantes, y el perfume de las flores recién cortadas se mezclaba con el olor metálico del oro y el poder. La residencia Morel era, al menos por fuera, el escenario perfecto para una celebración aristocrática. Pero entre los rostros pintados, las sonrisas falsas y las copas de champán francés, había una joven de vestido azul pálido que se deshacía lentamente por dentro.

Isadora estaba de pie junto al piano de cola, con las manos entrelazadas frente a ella y la espalda erguida como le había enseñado su madre. No podía apartar la vista de Damián Echeverri, el hombre al que le habían prometido, el heredero del imperio Echeverri, que en ese momento reía con la ex prometida que juraba no volver a ver.

Amara Leclerc.

El corazón de Isadora latía en un ritmo lento pero doloroso. No era por celos, sino por la humillación. Nadie en aquella sala parecía ver lo que ella veía. O, peor aún, nadie quería verlo.

—Sonríe, Isadora —susurró su madre, Eugenia, acercándose por detrás—. Te están observando. No seas desagradecida. Tienes la oportunidad que muchas matarían por tener.

Isadora obedeció. Su sonrisa fue breve, hueca. La misma que llevaba puesta desde que su padre le anunció el compromiso con Damián, hacía cuatro meses. No le preguntaron si quería casarse. No importaba. El apellido Echeverri significaba estatus, fortuna… y poder. Y los Morel, en bancarrota silenciosa, lo necesitaban con desesperación.

Mientras su madre se alejaba para codearse con los Leclerc, Isadora desvió la mirada hacia el ventanal. Si cerraba los ojos con fuerza, podía imaginarse lejos. Tal vez en un pueblo costero, vendiendo flores o tocando el violín. Libre.

Pero la libertad no era una palabra que existiera en su diccionario.

—Isadora, querida —la voz de Mireya Echeverri, la madre de Damián, interrumpió su ensoñación—. ¿No crees que deberías pasar más tiempo con tu prometido? Se ve… demasiado cómodo con Amara.

La sonrisa de Mireya era tan filosa como su tono. No era una advertencia, era una provocación.

—Sí, señora —dijo Isadora en voz baja.

—¿Disculpa? No te escuché.

—Sí, señora Mireya —repitió, un poco más fuerte.

No estaba permitido alzar la voz. No estaba permitido llorar. No estaba permitido contradecir. Isadora lo había aprendido desde niña, con los castigos silenciosos de su padre, las miradas de asco de su madre y el eco de una casa grande pero vacía.

Se acercó a Damián con pasos silenciosos. Amara reía con una mano sobre el brazo del joven, demasiado familiar para alguien que supuestamente era solo una amiga.

—¿Interrumpo? —preguntó Isadora, apenas audible.

Damián la miró con fastidio. Sus ojos grises eran tan fríos como el mármol del salón.

—¿Qué quieres?—Preguntó Damián

—Solo saludarte.—Susurró Isadora.

Amara sonrió con dulzura venenosa.

—Oh, Isadora, no seas tan insegura. Damián y yo solo hablábamos de los viejos tiempos. ¿No es así, cariño?

El apodo fue una daga. Y Damián no la corrigió.

—Claro. Aunque algunos recuerdos no necesitan revivirse —respondió él, lanzándole a Isadora una mirada que la desarmó por completo.

Ella asintió y se alejó en silencio, tragando la vergüenza. La fiesta seguía como si nada. Las risas, la música, los brindis. Nadie notó cómo sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas. Nadie notó cómo su alma se agrietaba.

Hasta que alguien sí lo notó.

—¿Estás bien?

La voz venía del rincón menos iluminado del salón. Un joven de cabello oscuro, mirada curiosa y sin copas en la mano. Isadora no lo reconoció. Tampoco respondió.

—Perdón. No quería incomodarte —dijo él con gentileza.

Ella simplemente negó con la cabeza y caminó hacia las escaleras. Necesitaba aire. Necesitaba huir. Pero hasta eso le estaba prohibido.

---

Esa noche, al llegar a su habitación, encontró una nota sobre su cama. La letra de su padre era precisa, severa:

—“No vuelvas a dejar a tu prometido solo. Nuestra reputación no puede permitirse un escándalo. Recuerda quién te salvó de vivir como una fracasada.”

Isadora estrujó el papel entre sus dedos. ¿Salvarla? ¿Eso creían? ¿Que había sido rescatada al ser entregada como moneda de cambio?

La puerta se abrió de golpe.

Era Damián.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, dando un paso atrás.

—No tienes derecho a cuestionarme. Eres mía —dijo él, cerrando la puerta con fuerza.

Isadora sintió cómo el miedo le trepaba por la garganta. Damián se acercó con pasos lentos, sus ojos encendidos de ira.

—¿Intentas humillarme delante de Amara? ¿Estás loca? —gritó Damián.

—Solo... me acerqué para saludar.

—¡Mentira! —rugió él—. Eres patética. Débil. Nadie te toma en serio, ni siquiera tus padres. ¿Crees que puedes competir con ella?

— En ese momento la golpeó.

No fue la primera vez. Pero sí la primera que sangró.

Isadora cayó al suelo con el rostro ardiendo y la dignidad hecha trizas. No lloró. No gritó. Solo se quedó allí, inmóvil.

Damián la observó con desprecio antes de salir de la habitación, dejando la puerta abierta de par en par. Como si quisiera que alguien más la viera así. Como castigo.

---

A la mañana siguiente, su madre entró sin tocar.

—Ponte hielo. Maquillaremos eso antes de la cena con los Echeverri. No puedes ir con esa cara.

—¿No vas a preguntar qué pasó?

—¿Y qué importa? Si lo provocaste, fue tu culpa. Si no, igual tendrás que soportarlo. El matrimonio es sacrificio, Isadora. Aprende a callar. Aprende a aguantar.

Isadora apretó los labios. Por dentro, algo crujió. No su rostro, no su cuerpo… su espíritu. Una grieta pequeña. Un susurro silencioso que decía: basta.

Pero aún no era el momento de romper. Aún no tenía adónde ir, ni a quién acudir. Estaba sola.

Y lo peor aún no había llegado.

---

Esa noche, Amara llegó a la cena con un vestido rojo y una sonrisa arrogante. Se sentó al lado de Damián, desafiando la etiqueta y la lógica. Nadie la detuvo. Isadora fue enviada al extremo de la mesa, al lado del tío borracho del que nadie hablaba.

—¿No te molesta? —le susurró el tío, observando la escena—. ¿Ver cómo tu prometido se burla de ti delante de todos?

Ella no respondió.

—Debiste decir que no, niña. Debiste haber escapado antes de que fuera tarde.

Ya es tarde, pensó Isadora. Tarde para escapar. Tarde para soñar. Tarde para salvarse.

Pero tal vez no era tarde para otra cosa.

Para renacer. Para vengarse.

Solo necesitaba aguantar un poco más.

Aguantar… hasta el momento correcto.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP