Valentina Cortés se preparaba para la cita más peligrosa de su vida sabiendo que cada segundo podría ser el último.

Cuarenta y ocho horas habían transcurrido desde el asalto a la fortaleza de Sophie Chen, cuarenta y ocho horas de dolor constante que se extendía desde su columna vertebral hacia cada fibra de su ser. La silla de ruedas había llegado esa mañana, un recordatorio cromado de todo lo que había perdido, pero también de todo lo que estaba dispuesta a recuperar.

—No vale la pena —Diego se arrodilló frente a ella en la suite del hotel, sus manos temblando mientras ajustaba la manta sobre sus piernas inmóviles—. Cancela la cita. Encontraremos otra manera.

Valentina estudió el rostro de su esposo, las ojeras profundas que enmarcaban sus ojos grises, la barba de dos días que no se había molestado en afeitar. El miedo lo consumía de