El bar clandestino en los sótanos de Singapur olía a whisky barato, traición y oportunidades envenenadas. Lucía ajustó su vestido negro mientras descendía por las escaleras de metal que crujían bajo sus tacones, cada paso resonando como una sentencia en el aire viciado del lugar. Las luces rojas creaban sombras danzantes en las paredes de ladrillo húmedo, y el murmullo de conversaciones en mandarín e inglés se mezclaba con el sonido distante del jazz que emergía de altavoces ocultos.
Sophie Chen la esperaba en una mesa del rincón más oscuro, su silueta recortada contra la pared como una araña esperando a su presa. Vestía un traje sastre gris que costaba más que el salario anual de la mayoría de las personas en ese lugar, y sus ojos negros brillaban con la frialdad calculada de quien había orquestado la caída de imperios desde las sombras.
—Llegaste —murmuró Sophie, sin apartar la vista de su copa de whisky japonés—. Empezaba a pensar que habías perdido el valor.
Lucía se deslizó en el