Zahar…
El sonido de su voz me sacudió como un disparo; no era una pregunta, era una detonación emocional.
—¿Me reconoces, pequeña tormenta?
Di un paso hacia atrás, no por miedo, sino porque mi alma parecía haberse adelantado al cuerpo.
Él estaba allí. Vivo. Respirando. Con los ojos más oscuros que recordaba.
Mi Kereem…
Aunque no, ya no era solo eso.
Ahora era algo más, algo que había nacido en las sombras y crecido entre la rabia y la impaciencia.
Sus pasos fueron lentos, arrastrados por la densidad de ese momento. Parecía más alto. Más pesado de espíritu.
Llevaba una chaqueta táctica sobre el cuerpo tenso, y sus manos —Dios—, esas manos no habían dejado de temblar.
Lo abracé con fuerza, pero todo estaba revolucionado en mí cuando comencé a golpearlo, porque no podía ser tan maldito de hacerme pasar por esto.
—Pensé que… —empecé a decir, pero mi voz se quebró.
—¿Pensaste que estaba muerto? —asintió con lentitud—. Yo también, durante un tiempo… estaba muy jodido aquí.
Parpadeé