Zahar…
Víctor se sirvió un trago, y luego otro, y luego otro, hasta que al final lo vi soltar el aire varias veces. Teníamos minutos en silencio y le llevó un tiempo volver a estabilizarse.
Sus manos se restregaron por su cara y luego se sentó en definitiva frente a mí, mientras en sus ojos parecía desatarse una tormenta oscura. Y su mirada, era otra cosa.
—¿Zahar? —asentí de forma lenta—. ¿Dónde está tu familia? La verdadera.
Negué todas las veces.
—No tengo una. Fui un arma para mi padre, y las cosas se complicaron para él, punto final.
—Es una locura —él volvió a negar y alzó la mirada para mirarme. Tenía atisbos en su mirada de mirarme como si fuera un monstruo. Tal vez lo era. Tal vez lo que me quedaba de alma estaba tan manchada que ya no podía distinguirse del barro—. Por supuesto, no podías ser Ana.
Tragué saliva, firme.
—Es muy sutil para mí.
—Te condenas mucho.
—¿De verdad? —Contraataqué—. Mírame. Soy la razón por la que Lidia murió. Soy…
Él alzó la palma.
—Solo veo a una ni