CAPÍTULO 33 AMOR Y REDENCIÓN
Zahar…
El silencio en la antesala de la ONU era casi más ensordecedor que las voces de los traductores que venían e iban con documentos bajo el brazo.
Eduardo II caminaba a mi lado, impecable, con ese aire de nobleza natural que siempre tenía. Pero lo que me anclaba no era él, era la sensación de que, en algún punto, los ojos de Kereem me buscaban.
Y los encontré.
Allí estaba, del otro lado de la sala, junto a los miembros de su delegación, sin hablar, ni moverse, solo observándome.
Y cuando nuestras miradas se encontraron, sentí que el aire se detenía.
Era una caricia muda, un roce sin cuerpo, pero tan potente que me hizo tragar saliva. Kereem no necesitaba tocarme para poseerme, bastaba con que me mirara de esa manera, como si su mundo comenzara y terminara en mí.
—No me provoques —murmuré apenas, sabiendo que él podía leer mis labios incluso a distancia.
Me senté junto a Eduardo, cruzando las piernas con calma. Lo hice por estrategia y por dominio propi