Capítulo 4

Marcial me llamó por la tarde. Yo estaba fastidiada por que se había roto una tubería en la casa, se habían inundado la cocina y el baño,  y estaba sin agua. Refunfuñaba indignada. El gasfitero estaba en camino hacía una hora (me prometió en diez minutos) y maldecía por todo, furiosa, jalándome los pelos, pateando sillas y secando el piso que había quedado hecho una laguna. Estaba tan iracunda que tuve numerosos accesos de tos y que me dejó más roja que un cangrejo hervido.

 -¿Qué tienes qué hacer en la tarde?-, me preguntó.

 Uyyyy ¿una cita? Mi corazón pataleó en el pecho, sentí mi sangre hacer ebullición en las venas y pasé la lengua por mis labios, febril e impetuosa. El fuego de mis entrañas me volvió, de inmediato, en una pila de carbón.

 -Nada-, dije.

 -Vente al club a las tres, cambiada, vas a la cancha seis, que vas a jugar contra Magdalena Blokhin-, me anunció y colgó sin darme lugar a preguntas.

 -Cita ¿eh?-, me sentí defraudada, decepcionada, carilarga y volví a tirar patadas a las sillas, ésta vez más furiosa que antes.  

 Ni sabía quién era Magdalena Blokhin, pensé en una amiga de él, quizás una profesora de tenis u otra chica queriendo hacer deporte. Llegué puntual al club y fui a la cancha seis que estaba casi al otro extremo del predio. 

 El movimiento era febril en todas las canchas. Chicos y chicas, de todas las edades, jugaban, se divertían, aprendían y daban raquetazos en medio de intensos cuchicheos y una interminable vocinglería. Hacía frío y todos estaban forrados en buzos. Yo iba toda rica con mi minifalda cortita, meneando las caderas como un barco a la deriva. Los hombres me miraban encandilados, deleitándose con mi meneo sensual y cadencioso. No hay sensación que más me guste que sentirme deseada, je.

 Blokhin ya estaba peloteando con Marcial, lanzando pelotas.  Había bastante gente rodeando la cancha y no dejaban de mirarla a ella, le tomaban fotos y selfies. Ella estaba seria, altiva. Era tan alta como un edificio.

 -Quiero verte-, fue lo que me dijo Marcial, después de besar mi mejilla. Junté los dientes. -Yo hace rato quiero verte, papito-, me dije divertida. 

 Ni había pensado que era mi primer partido, no se me había ocurrido si estaba o no preparada ni tenía idea de lo que iba hacer en la cancha. Marcial me reiteró el reglamento del tenis, que la pelota no tenía que salir fuera de la cancha, dar tan solo un bote y que jugaríamos un set corrido. Recién reparé que estaba jugando cuando un certero pelotazo de Blokhin zumbó al lado de mi cabeza, igual a un meteorito que me asustó y hasta me cubrí la cara. 

  Todos estallaron en carcajadas, también Marcial. -Más seriedad, Katty-, me exigió.

  Me di cuenta, entonces, que estaba en medio de un partido de verdad.

   -¿Por qué tanta gente?-, preguntó Ashley Dempsey, la entrenadora principal del club a un empleado que recortaba los arbustos que hacía renglones  a los senderos que iban a las canchas.

  -Está entrenando Magdalena Blokhin-, le dijo.

 -Ahhh, la campeona nacional-, sonrió  Ashley indiferente. Abrió su botella de agua mineral que cargaba en su maletín,  cuando escuchó una y otra vez ¡bum! ¡bum! ¡bum! ¡bum! retumbando como petardos, remeciendo la cancha seis. Los estallidos parecían bombazos haciendo temblar el suelo, remeciendo a Dempsey.

 -¿Quién está usando un martillo en vez de una raqueta?-, se admiró ella perpleja, con los ojos desorbitados, boquiabierta.

 -La chica nueva, la que entrena el señor Marcial, sus raquetazos parecen dinamita-, sonrió el empleado.

 Ashley se rascó los pelos mientras seguían los estallidos remeciendo el club ¡bum! ¡bum! ¡bum!

 -Esa chica tiene bazucas en vez de manos-, descolgó Ashley otra vez  su quijada. Le dio su botella al empleado y fue de prisa a la cancha seis.

 Blokhin era rápida y me sorprendía siempre con sus reveses, me mandaba globos muy altos y yo me debía multiplicar para responder,  lograba atinarle algunas pelotas, pero ella era ciertamente mejor.

   ¡Bum! ¡bum! ¡bum! 

  -Esa chica está jugando con una escopeta-, sonrió Ashley Dempsey, cuando llegó a la cancha entre sorprendida e irónica. Marcial se recostó a su silleta. Puso las manos detrás de su nuca.

 -Sí, desde que la vi supe que tenía dinamita en las manos-, sonrió Boniek.

 -¿Quién es?-, se interesó Ashley.

 -No sé, se apareció de repente, como un fantasma. La vi en la cancha y me impactó verla delgada, fuerte, alta, vigorosa, como una amazona-, le contó.

  Blokhin me ganó 6-0, simplemente me avasalló. Al terminar el partido se me acercó hasta la red. -¡Oye!, me pasó la voz, qué buen golpe tienes-

  Me secaba el sudor con una toalla. Sonreí. -Gracias-, no más le dije. No me importaba en realidad haber  perdido, lo que me emocionaba era haberle dado gusto a Marcial. Blokhin me besó en la mejilla y de repente todos me aplaudían. Incrédula y perpleja les sonreía a los que me ovacionaban.

 -¿Qué edad tiene?-, preguntó Ashley.

 -Tiene casi cuarenta años-, arrugó su boca Marcial.

 -Parece una jovencita de veinte-, juntó sus dientes Dempsey.

 -¿Qué tal?-, le sonreí a Marcial. Pensé que estaba decepcionado por la paliza que me había dado Blokhin.

 -Nada mal, le pegas bien duro a la pelota-, siguió él con sus manos juntas en la nuca.

 -Ay, no sé, ¿eso está bien o mal?-, yo estaba muy entusiasmada de que él me mirara a los ojos.

 - Bien, pero muy bien-, dijo él.

 -¿Tienes entrenador?-, me preguntó entonces Ashley.

 -Sí, él me entrena-, dije alzando mi naricita.

 -¿No tienes entrenador?-, me insistió mirándome de pies a cabeza.

 -Él-, me molesté.

  -Tiene casi cuarenta años-, le refunfuñó entonces, Marcial a Ashley, adivinándole las intenciones.

  -Tengo 36-, empecé a enfurecerme.

 -Las mejores tenistas del mundo alcanzaron a ser número uno del mundo a los treinta años-, dijo Ashley convencida.

 Me sentí turbada y molesta. Blokhin me había destrozado en la cancha y esa tonta hablaba de ser la número uno del mundo. Estaba demasiado molesta para burlas o tomaduras de pelo. Le dije a Marcial para entrenar al día siguiente, en la mañana, pero no me hizo caso. Siguió discutiendo con Ashley. Tomé mi maleta, me colgué la toalla al hombro y me fui meneando las caderas hacia los vestidores, llevando mi raqueta, molesta y azorada a la vez.

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