Capítulo 5

 Mi primer enamorado, Luis, marcó demasiado mi vida. Tuvimos un intenso romance, cuando yo tenía apenas 20 años. Fue mi segunda pareja. Mi primer enamorado, fue un amor de adolescentes en el colegio y que se estiró hasta que ingresé a la policía y él me dejó porque yo le asustaba, je.  Entonces, me enamoré de Luis. Era mercachifle y siempre pasaba por mi casa, vendiendo cualquier cosa.  

  De él me gustó porque era alto, fuerte, robusto, de magníficos músculos, brazos de cemento y bien cincelados, además era muy divertido.

  -¿Sabes que es el aeromodelismo?-, me preguntó cuando le compré una lámpara muy bonita que alguien había desechado.

 -Claro, son aviones a escala-, le dije sin entender nada.

 -No, es un desfile de modas en paracaídas ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas.

 -Idiota-, se me ocurrió decirle contagiada de sus risotadas.

 Entonces me enamoré, como una auténtica boba. Él no sabía que yo era policía, nunca lo supo en realidad ni tampoco le interesó saber de mí. Lo único que le importaba eran mis besos y hacerme suya.

  Le compraba shorts rotos, minifaldas usadas, muñecas sin sus pelos, carritos de juguetes a los que faltaba una rueda y hasta una olla arrocera que no servía, tan solo para mirarle los ojos, deleitarme con su mirada tan varonil y reírme de sus chistes tontos.

 -Él era tan pero tan pequeño de estatura que para bailar con su esposa usaba zancos ja ja ja ja-, me decía divertido, queriendo hacerme reír porque estaba encantado, prendado y obnubilado por mi sonrisa.

 Yo lo besé primero. No pude resistirme en realidad. Lo veía tan hermoso que me despeinaba. Me encantaba su rostro distendido, libre de preocupaciones, siempre con una sonrisa dibujada en sus toscos labios y los ojitos vivarachos, mirando a todos lados, pendiente de descubrir algo en los tachos de basura.

 Él quedó, como es obvio, sorprendido. Me deseaba pero nunca imaginó que yo lo besara.

 Sin dejar de besarnos y acariciarnos, soplando fuego, gimiendo como lobos, metimos su carreta en mi cochera y como no pudimos llegar a mi cuarto, hicimos el amor, en el pasadizo, revolcándonos enfervorizados, convertidos en fuego.

 Luis  me arrancó la blusa e hizo volar por los aires los botones de mi jean. Yo, en cambio, tuve la paciencia de desabotonar su camisa y deleitarme, después, con su pecho enorme, repleto de vellos. Eso desató aún más mis fuegos y de repente me volví un lanzallamas, incendiándome por completo, entre sus besos y caricias.

 Él conquistó todas mis curvas, hasta el último pedacito de mi deliciosa geografía, dejando huellas de sus labios en mis cerros empinados, en mis acantilados y redondeces, estremeciéndome,  desatando mis cascadas cristalinas y volviéndome cenizas en un instante.

 Le mordí los brazos, además, je, víctima de la euforia. Me deleitaba lo macizo de su cuerpo, sus brazos grandes,  pétreos como rocas y eso me estremecía mucho, sintiéndolo escarbar mis intimidades y llegando a todos mis rincones, como una avalancha que me sepultaba por completo.

 Me arranché mis pelos, eufórica, cuando Luis alcanzó mi clímax, alcanzando los profundos límites de mi intimidad. Parpadeé angustiada sintiéndolo invadir mis abismos igual a un volcán en erupción y quedé completamente eclipsada, meneando la cabeza, echando humo en mis gemidos, sollozando sin cesar, sintiéndome  sexy y sensual, totalmente femenina.

  Lo hicimos muchas veces, siempre en el suelo, revolcándonos como fieras hambrientas, disfrutando de los placeres de las carnes desnudas, quedando, en forma sempiterna, reducidos a una pila de carbón por tanta emoción y pasión a la vez.

 Me enamoré por completo de Luis. Perdí totalmente la cordura por él y me ilusioné sobre medida. Pensé haber encontrado al amor de mi vida, al hombre que ansiaba y deseaba en mis fantasías, el príncipe azul de mis sueños que acuñaba desde adolescente.

  Sin embargo, Luis desapareció de la noche a la mañana de mi vida. Nunca supe por qué. A veces pienso que se enteró que era policía o quizás se imaginó que era poca cosa para mí, lo que no era cierto porque a mí no me importaba que fuera un reciclador pues me había enamorado del hombre y no del mercachifle. 

  Lo esperaba parada en la puerta de mi casa,  a veces dos o tres horas y cuando pasó una semana supe que nunca más iba a venir y rompí a llorar a gritos tumbada en las almohadas de mi cama.

 Fueron horas horrible, de muchas lágrimas, llanto permanente en mi alcoba, y dolor intenso que, como les digo, marcó mi vida.  Aún hoy lo busco. Le pregunto a otros mercachifles si lo conocen o lo han visto pero nadie me da razón ni saben siquiera de su existencia.

 Esa imagen de Luis haciéndome suya, lo tengo grabada como una impronta. Entonces no quería volver a sufrir como lo había padecido con él y pensé, entonces, que con Marcial iba a sufrir lo mismo, desconsolada y decepcionada.

 - No  me gusta que hablen de mí como si fuera un objeto. Eso me revienta-, le envié un mensaje de texto a su móvil, pero no me contestó.

 No fui a entrenar dos días, y hasta pensé dejar al tenis, porque no quería involucrarme con Marcial. Decidí practicar tae kwon do.

 -¿Qué ocurre contigo?-, me llamó fastidiado Marcial.

 -Nada, le dije, también molesta, sino que quiero hacer otra cosa-

 -No, mujer, te vienes a entrenar ahora mismo-, me dijo con tono de amenaza y me colgó.

 Es lo malo que tenemos las mujeres. Somos demasiado sensibles.  Como una autómata me puse mi ropa deportiva, cogí mi raqueta, me hice una cola con mi pelo, subí a mi carro y me fui al club, sin saber por qué, solo obedecí.

  -¿Por qué me hiciste jugar con Magdalena Blokhin?-, le pregunté mientras la máquina me lanzaba, una y otra vez, pelotas que debía responder con reveses.

 -Quería verte jugando. El tenis es jugar no entrenar-, me dijo él. Me hacía videos con su móvil. No perdía detalle. 

 -¿Jugabas voleibol de niña?-, me preguntó.

 -No. No me gustaba-, soplaba mis repuestas porque la máquina no dejaba de ametrallarme lanzándome las pelotas.

  -¿Hacías pesas, natación, boxeo?-, Marcial también era una metralleta con sus preguntas.

 -Todo eso lo hacía cuando estaba en la policía-, trataba de concentrarme en los pelotazos.

 Marcial apagó la máquina. Me quedó mirando largo rato, de los pies a a cabeza, mientras me secaba el sudor. Sentí una descarga de electricidad corriendo por mi espalda., Me gustaba que me miraba las piernas, los pechos empinados, mi cara sudosa.

  De repente, Marcial tomó su raqueta y me dijo que juguemos un rato. Me entusiasmé, mordiendo mi lengua. -¿Contigo?-, me sentí tonta.

 -Claro-, dijo él, cuadrándose al filo dela cancha.

 -Pero tú eres el campeón de tenis-, me hice la coqueta.

 -Juega-, me ordenó otra vez y de nuevo me sentí débil, sensible, autómata, rendida a él y lancé el pelotazo, ¡pum! sonó. Todos los que estaban en las otras canchas voltearon a ver, dónde había ocurrido la explosión, incluso los que estaban en las tribunas se auparon para ver qué pasaba.

 -Sigue-, me dijo asombrado Marcial. Yo alcé mi hombro y volví a lanzar, y ¡pum!, de nuevo se remeció la cancha con el dinamitazo.

 Marcial devolvió la pelota e hizo el punto.

 -No juegues por jugar, responde las pelotas, concéntrate en lo que haces-,  se molestó él. 

  -Ay, yo juego por diversión-, protesté, pero le le obedecí. El partido se hizo intenso. Él me hacía correr de un lado a otro,  me lanzaba globos, drives y atacaba sobre la red. De repente yo sudaba a chorros y tenía constantes accesos de tos por tanta exigencia. Me ahogaba.

 -Descansa-, me dijo Marcial, viéndome tan afligida. Yo corrí a la silla y me tumbé soplando mi angustia. Estaba súper cansada, sudorosa, tosiendo sin cesar. Él apuntó muchas cosas en su móvil y se fue a su oficina.

 Cuando ya estuve mejor empecé a guardar mi raqueta, la toalla, me solté el colet del pelo y me dispuse a marchar. 

 -Trata de no agotarte, distribuir tus energías, no eches todo de arranque, guarda fuerzas-, me dijo alguien.

 -No soy profesional-, fui irónica. Frente a mí estaba Blokhin, iba recién a entrenar. Hacía estiramientos.

 -Marcial dice que tienes una bala en el pecho-, me dijo de frente. Me incomodé.

 -Eso no le importa a nadie-, arrugué la boca.

 -Entonces no te gastes por gusto, almacena fuerzas,  no dejes que saquen provecho de esa desventaja. La tos te cansa más, te quita aliento, aprende a manejarla y a ahorrar energías-, me dijo y entró a la cancha  a pelotear con su entrenadora. 

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