XXI
La Promesa en la Penumbra

La promesa de Gonzalo, una luz tenue en la oscuridad de mi celda, se convirtió en mi única brújula. A la mañana siguiente, el sonido de las cadenas y el crujido de la puerta anunciaron su llegada. No venía como verdugo, sino como un guardián, su armadura reluciente en la penumbra de la mazmorra. Su rostro, surcado por la preocupación y la fatiga, me confirmó que no estaba sola en esta lucha.

—Kaida —dijo Gonzalo, su voz grave, apenas un susurro que no traspasaba las gruesas paredes de piedra—. Conan me ha hablado de ti. Y de la verdad. Estoy aquí para ayudarte.

Mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, lo escudriñaron. Era el jefe de los caballeros del reino, un hombre de ley, que se arriesgaba todo por una plebeya. Su presencia en mi celda era un milagro, un testamento a la fuerza de la verdad y a la desesperación de Conan.

—¿Cómo? —pregunté, mi voz era un susurro, mi garganta seca—. ¿Cómo puedes ayudarme?

—La Reina Isabel es astuta —dijo Gonzalo, su voz era un
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