El Hilo Invisible del Rey
La marea de rumores, que Conan y su red de sombras habían sembrado en las calles, era un torbellino que se extendía por el reino. La historia de la inocencia de Kaida, la traición de Calix y la ambición desmedida de Isabel, se tejía en cada conversación, en cada susurro. El pueblo, cansado de la opresión y del sistema de sacrificios por sorteo, comenzaba a despertar. La indignación por la deshonra de la familia De Córdoba, y la confiscación de los bienes de Orlo, había encendido la chispa de la rebelión.
En la bodega abandonada, ahora convertida en nuestro cuartel general, la alianza se fortalecía. Conan, el lobo de las calles, Gonzalo, el león de la guardia, y Orlo, el noble caído, se reunían bajo la tenue luz de las antorchas. La confesión de Silvio, el herrero, un hilo de verdad en un tapiz de mentiras, era la prueba irrefutable.
—El pueblo está listo —dijo Conan, su voz grave y seria—. Están cansados de la tiranía del Rey. Están cansados de la ambición de