XLI

El Fuego de la Forja y la Marea de los Desesperados

El silencio en el camino a la forjada abandonada era tan pesado como el yunque de un herrero. El olor a pino y tierra fresca reemplazaba el hedor a basura y miseria de los barrios bajos, una señal de que estábamos, por fin, fuera de los muros de la ciudad, pero no del peligro. Silvio , con la dignidad recién forjada en su mirada, nos guiaba, su conocimiento de los caminos secretos tan profundo como su arrepentimiento. A su lado, Orlo , el noble caído, caminaba con una nueva zancada, la sencilla túnica de tela una armadura más fuerte que el acero. El príncipe Calix , el hombre que había incriminado a Kaida por amor, seguía a Silvio , su rostro de noble iluminado por la luna llena. Y yo, Conan , el lobo de las calles, me encontraba en la retaguardia, mis sentidos alerta a cualquier señal de peligro.

—Estamos cerca —dijo Silvio , su voz era un susurro roto pero llena de una nueva determinación—. La forja se encuentra en el viejo
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