El Espejo Fragmentado y el Jardín de las Visiones
El laberinto de setos, una obra de arte viva de la nobleza, se alzaba bajo la luna como un muro verde de secretos. Kaida se movía entre sus corredores con la gracia furtiva de un fantasma, sus pies descalzos, insensibles al frío del rocío, se movían con una velocidad silenciosa. El vestido de seda, una tela que había sido su disfraz, se rasgaba contra las ramas de los arbustos, cada hilo roto un eco de la vida que estaba dejando atrás. El aire, cargado con el dulce aroma de las rosas, era un veneno que se adhería a su piel, un recordatorio de que se encontraba en el corazón de un lugar de belleza y de peligro.
Se ocultó detrás de una estatua de mármol de una musa, su cuerpo se fundía con la sombra. El sonido de las armaduras y el brillo de las linternas de los guardias, pasaba cerca de ella, un recordatorio constante de que no era una huésped, sino una fugitiva. La princesa de Veridia, una tejedora que había aprendido a leer los hilos