La Purga y la Reconciliación
El Gran Salón del Castillo, que momentos antes había sido un campo de batalla de espadas y de verdades, se había transformado en un lugar de solemnidad. La confesión del Conde de Valois había resonado en los corazones de la nobleza, disipando las últimas sombras de duda. La redención de Calix, sellada con su sangre, había unido a los nobles bajo el estandarte de Kaida.
En el estrado, Kaida se erguía, el códice de las visiones en sus manos, su rostro serio pero lleno de una determinación inquebrantable. A su lado, Conan, Orlo y Gonzalo, sus pilares, la observaban con orgullo. El Conde de Valois, herido pero con una nueva luz en sus ojos, se arrodilló ante ella, su voz un murmullo de juramento.
—Mi Reina, he sido un ciego —dijo el Conde de Valois, su voz grave—. He sido manipulado por mi hija. Pero ahora, he visto la verdad. Juro lealtad a usted, y a su reino.
Kaida asintió. La unificación de la nobleza, un paso crucial en la reconstrucción del reino, había