Los Cimientos del Nuevo Reino y la Sombra de la Reconciliación
El rugido de la multitud, un eco de victoria y esperanza, resonó en los muros del castillo de Veridia. Kaida, de pie en el balcón, con el antiguo libro de los tejedores en sus manos, observaba a su pueblo con una mezcla de asombro y de responsabilidad. El sol de la mañana, que bañaba la plaza, iluminaba un mar de rostros que la miraban no como a una fugitiva, sino como a una reina. La tejedora que había sido una sombra, ahora era la luz. El viento fresco de la mañana, que se había convertido en un susurro de cambio, se enredaba en su cabello, y ella, la princesa de un reino que acababa de nacer, sentía el peso de la historia sobre sus hombros.
Mientras los vítores se apagaban, el silencio en el balcón era roto solo por el suave murmullo del viento. Kaida se giró, y se encontró con los ojos de sus aliados. Gonzalo, el león de la guardia, la miraba con una lealtad inquebrantable, su rostro, una máscara de respeto y de admira