La Tregua del Dolor
El silencio en la Plaza del Mercado era más ensordecedor que cualquier grito. El cuerpo inerte de Calix yacía en el suelo, la luz del amanecer bañando su rostro sereno, una expresión de paz que nunca había tenido en vida. El Conde de Valois, su padre, se desplomó a su lado, su rostro de piedra contorsionado por el dolor, sus ojos fijos en el hijo que había perdido. Morwen, el hechicero oscuro, se mantenía en la distancia, su sonrisa cruel, un presagio de la oscuridad que aún se cernía sobre el reino.
En la sala del trono, Kaida observaba la escena a través del Espejo de las Visiones, sus ojos llenos de lágrimas. La muerte de Calix había sido un golpe devastador, un sacrificio que la atormentaría para siempre.
—Él me salvó —murmuró Kaida, su voz era un susurro roto—. Él se sacrificó por mí.
Conan se acercó a ella, su rostro sombrío. —Mi Reina, el dolor es fuerte. Pero la batalla aún no ha terminado. Morwen sigue siendo una amenaza. Y el Conde de Valois, ahora cegado