LXXII

La Audiencia de la Verdad y la Caída del Tirano

El silencio en la sala del trono era un lienzo en blanco sobre el que se pintaba el drama del poder. Kaida, sentada en una sencilla silla de madera frente al trono vacío, esperaba. El trono, que durante siglos había sido el símbolo de la tiranía, se encontraba vacío, un recordatorio de que el poder ya no residía en un objeto, sino en las manos del pueblo. Sus aliados, Gonzalo, Orlo, Conan, Calix y Elara, se encontraban a su lado, sus figuras, un halo de esperanza en la oscuridad de la sala. La puerta de la sala del trono se abrió, y el Conde de Valois, con sus ropas desgarradas y su rostro una máscara de terror, fue conducido a la sala. El hombre que se había creído invencible, el hombre que había gobernado con mano de hierro, se encontraba arrodillado ante una tejedora, una simple plebeya que, en sus ojos, no era más que una fugitiva.

—Conde de Valois —dijo Kaida, su voz una melodía de acero que resonó en la sala—. Te he concedido esta
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