La Proclama de la Reina y el Nuevo Reino de Veridia
La sala del trono, un lugar que había sido el epicentro de la tiranía, se había transformado en el escenario del amanecer de un nuevo reino. El sol, que se alzaba sobre las murallas del castillo, bañaba la habitación en una luz dorada que iluminaba los rostros asombrados de los presentes. El Conde de Valois, arrodillado y derrotado, era un patético recordatorio del poder que se había desvanecido. Kaida, con el libro antiguo en sus manos, se erguía ante el trono, su figura proyectando una sombra de autoridad que era tan imponente como el sol de la mañana.
Gonzalo, con su espada manchada de sangre en la mano, se arrodilló ante ella. —Su Majestad.
Kaida lo miró, y en sus ojos, Gonzalo vio no solo la furia de una reina, sino también la promesa de un nuevo amanecer. —Levántate, Gonzalo. Tú no eres mi súbdito, eres mi aliado. El león de la guardia se ha convertido en el león de mi pueblo.
Orlo, Conan, Calix y Silvio también se arrodillaron