El Laberinto de Piedra y la Revelación del Espejo
El túnel de servicio, un vientre de piedra oscuro y húmedo, se retorcía y descendía en las entrañas del castillo. Kaida se movía con la determinación silenciosa de una tejedora que había tejido su propio destino. El frío del suelo de piedra se aferraba a sus pies descalzos, un recordatorio constante de su precaria situación, pero la furia que sentía en su corazón, una furia que no era de miedo, sino de determinación, era el calor que la mantenía en pie. El vestido de seda, que había sido una herramienta en su engaño, se arrugaba a su alrededor, su ligereza contrastando con el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. A lo lejos, el rugido de la batalla en la plaza principal era un eco amortiguado, un susurro de ira y de esperanza que resonaba en la oscuridad del túnel.
Se arrastró por el estrecho pasaje, sus manos y rodillas cubiertas de polvo y tierra. El túnel, una serpiente de piedra que se enroscaba en el corazón de