17. ENCERRADA

Raquel Martínez

Detiene el auto frente a la casa poco después, se bajó de primero para abrirme la puerta del auto y una vez pongo un pie afuera vuelve a tomarme del brazo. Entramos a la casa y el ojiverde desaparece unos minutos en los que creo que ya pasó todo, que no reclamará nada más, pero me equivoco al verlo salir del pasillo que da al pequeño despacho con unas llaves en sus manos.

— Sígueme —pasa por mi lado, pero se detiene al ver que no lo sigo.

—¿A dónde? —la voz me sale temblorosa.

— ¡Qué te importa! —espeta, tomándome del brazo otra vez—. ¡Si te digo sígueme, pues me sigues sin refutar a nada!

Me lleva arrastras por un pasillo de la casa que da a una parte en la que no había estado durante este tiempo. Una puerta se asoma al final, el sótano probablemente.

— ¡Me lastimas Erick! —me quejo.

— ¡Joder, cállate! —ordena irritado, molesto—. ¡Me tienes harto con tus quejas!

— Si es así entonces suéltame, yo puedo caminar sola.

— Ni crees que lo haré para que vuelvas a escaparte.

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