Constanza
—No sé, bebé, tengo miedo de hacer algo así —me responde Gina cuando le hablo sobre mi propuesta—. ¿Y si esto fracasa?
—No va a fracasar, por Dios —gruño—. Quítate esas ideas de la cabeza, mi vida. Eres la diseñadora más talentosa que conozco, y mira que tengo buenos gustos.
Mi amiga se ríe, pero no de felicidad. Está muy nerviosa y, aunque la entiendo, me exaspera que no confíe más en su propio potencial.
—Creo que es demasiado pronto como para que hablen sobre montar una casa de modas —opina Omar, que nos sirve un chocolate a cada una—. Digo, ha pasado un día desde que renunciaron.
—Sí, solo pasó un día desde que renunciamos, pero no podemos quedarnos sin hacer nada —le respondo—. Los servicios no se pagan solos; tampoco estamos acostumbradas a no hacer nada.
—Constanza tiene razón —asiente Gina—. Pero yo estaba pensando en pedir empleo en…
—No, ya no te quiero ver de empleada —gruño—. Quiero que seas la jefa, mi jefa.
—¿Y por qué sería yo tu jefa cuando tienes el poder de