Damon
Me detengo a un lado de la cama, deleitándome con la respiración acompasada de Constanza. Está durmiendo como un hermoso ángel después de todo lo que hicimos anoche. Mi intención nunca fue que pasara eso, pero ella siempre logra hacerme caer; me debilita.
—No sabes lo mucho que te necesito, pequeña —susurro—. Creo que voy a enloquecer si…
La vibración de mi celular detiene mis palabras y corta el intenso monólogo que iba a susurrarle, pero no me molesto. Sé que se trata de la abuela, que debe estar retorciéndose por la culpa por haber humillado así a Constanza.
—Mmm… No, no, imperdonable —mascullo mientras le cuelgo—. Ya no formas parte de nuestra vida.
Constanza suelta un quejido mientras empieza a estirarse. Mi parte favorita de las mañanas es justamente cuando hace eso, pues arruga el rostro de una manera adorable.
Es simplemente perfecta.
—Buenos días, mi cielo —la saludo, inclinándome para acariciar su cabello—. ¿Dormiste bien?
—¿Qué hora es, amor? —me pregunta confundida—.