"Héctor"
Cuando llegué a la empresa el viernes, Júlia, mi secretaria, vino corriendo detrás de mí. Julia era genial y estaba felizmente casada, así que estaba fuera de mi alcance; había estado conmigo el tiempo suficiente como para tomarse algunas libertades y mantuvo las cosas entre nosotros de manera muy profesional, y nunca la intimidé. Pero Julia ya tenía casi sesenta años.
-Señor Martínez, tiene usted un millón de asuntos pendientes en su escritorio y todos estos mensajes. – Júlia me entregó unas veinte notas sujetas a un clip.
-¿A qué hora empieza a trabajar esta gente, a las cinco de la mañana? – dije mirándola, ya un poco estresado.
- A las ocho, pero llegas media hora tarde, así que... – dijo Júlia y se fue. - ¡Qué tengas un lindo día!
Desde que mi última asesora, la señorita Camila, renuncié la semana pasada y estuve muy ocupada. Necesitaba ponerme las pilas, follar con mi asesor en la mesa después del trabajo no era una buena idea. ¡De nuevo!
Al día siguiente se mostró muy