Inspiré aire profundamente.
No dejé que el miedo me bloqueara.
Era una loba. Una que, por una vez, se sentía fuerte. Empoderada.
Me alejé de la ventana antes de tomar carrerilla y saltar por la ventana, que se rompió en mil pedazos. Si Jan protestaba al respecto, le diría que él había hecho lo mismo aquella noche en casa de mis padres. Ojo por ojo.
Elevé el mentón y observé a los lobos. Los que estaban más cerca se separaron de mí. Como si no acertaran a entender quién era. O qué era. ¡Buena suerte! Ni siquiera yo lo sabía.
Jan estaba en el otro extremo del claro. Herido, pero lo suficientemente entero como para cabrearse con mi aparición. Sentí algo que pulsaba hacía mí. Su mente. Bloqueé lo que fuera que quería decirme. Volvió a pulsar hacia mí y sentí que aquello tenía matices de orden.
Volví a bloquearle.
Gruñó por lo bajo y supe que estaba molesto y confundido por el hecho de que no podía comunicarse conmigo. Si era o no consciente de que podía bloquear sus órdenes a mi antojo no