Jan se separó de mí.
Abrí los ojos y los primeros rayos de sol empezaban a entrar por la ventana.
Me sorprendió no encontrarle a mi lado. En la cama.
Me incorporé. Un ruido. Uno que no debería ser capaz de oír. El de la puerta de entrada de su casa cerrándose.
Escuché como crujían los escalones bajo su peso. Uno. Dos. Tres.
Y algo más.
Jan no estaba solo. Había gente fuera.
―Lobos ―susurré.
Por un lado, sentí tentaciones de esconderme debajo de las sábanas. Dudo que sirviera para engañar a un lobo y fingir que no había nadie allí debajo, así que opté por no hacerlo.
Me levanté, llevándome la sábana para cubrirme con ella.
Ladeé la cabeza.
El mundo se sentía diferente.
Mucho más pequeño y, al mismo tiempo, muchísimo más grande.
Alrededor de Jan habría un par de decenas de lobos.
¿Cómo era capaz de saber algo así?
Tal vez se debía a ese algo de lobo que había despertado en mí. Dejé que mis sentidos vagaran y supe que el que encabezaba la marcha era su padre. Su esencia de alfa era fuert