14. Aquí estoy

Roxana

El cuerpo de Andrea ardía. Tenía las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos me devolvieron a otro tiempo, otro lugar: el hospital de Barcelona, mi madre conectada a máquinas, mi padre perdido en sus propios laberintos mentales. El terror me paralizó.

—Andrea, mi amor, háblame. —Mi voz sonaba quebrada mientras le apartaba el pelo de la frente empapada.

No podía perderlo. No a él.

Alessandro apareció a mi lado sin que lo sintiera llegar. Sin mediar palabra, me quitó a Andrea de los brazos y posó su mejilla sobre la frente de mi hijo.

—¿Qué haces? —Las palabras salieron como un grito cuando Alessandro me arrebató a Andrea de los brazos. Por un instante, la furia compitió con el pánico.

—Está ardiendo —me soltó con reproche—. ¿Qué ocurrió? —preguntó a los niños que nos rodeaban—. ¿Se quejó de algo antes?

Luca, el nieto de Carmen, respondió entre sollozos:

—Dijo que tenía mucho calor. Que todo le daba vueltas. Y luego... se cayó.

—Hay que llevarlo al hospital ahora mismo.

A
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