(Ariel)
El dolor, la angustia e incluso el miedo se evaporaron en ese momento. El sonido de la lluvia golpeando la chapa del coche y el viento silbando a nuestro alrededor desaparecieron. Respiré hondo, notando cómo mi mente se convertía en una gelatina, completamente indefinida.
Algo que trajo el viento chocó contra el coche, y parpadeé, apartándome lentamente mientras Christian se enderezaba en el asiento del conductor. El silencio era casi doloroso, y una extraña tensión flotaba en el aire.
— Creo que mejor buscamos un sitio seguro donde aparcar — dijo, y yo solo asentí, notando cómo el corazón se me aceleraba.
Christian paró el coche bajo un aparcamiento cubierto y se giró hacia mí. La luz de la luna se reflejaba en su piel mojada, y yo intentaba ponerle la tirita, pero me temblaba un poco la mano.
— ¿Qué hacías tú sola en esa calle? — preguntó, con la curiosidad clara en la voz, pero aún con ese tono de reproche.
— Iba a casa, pero la avenida estaba cortada. El conductor del Uber