El simple hecho de oír ese nombre encendió una alarma en mi mente. Los Manos Negras no eran cualquier grupo; eran un arma de doble filo, letales y desconfiables, siempre al acecho de sus propios intereses. Sus alianzas solo eran válidas mientras les beneficiaran, pero habíamos quedado como amigos.
—¿Con ellos? —pregunté, arqueando una ceja mientras desabrochaba el teléfono de mi cinturón sin desbloquear la pantalla. Pensé en lo complicado que podría ser meterlos aquí y, más importante, cuál sería su precio por hacerlo—. Sí, tengo cómo contactarles, ¿por qué? —Los necesitamos ahora —dijo mi suegro—. Anastasio me dijo que los había visto vigilando a no sé quién aquí en el hospital esta mañana. Están cerca. —¿De veras? —pregunté, m