Amador me observa por un instante; sus ojos reflejan algo más que preocupación: una advertencia que no necesita expresar en palabras. Estoy seguro de que piensa que estoy reaccionando con el corazón, no con la cabeza, pero no voy a retractarme. No dejaría atrás a nadie, aunque esa decisión signifique cargar con un peso que quizás no podamos soportar.
—No te lo tomes a mal, Gerónimo. Pero, si no hacemos esto bien, todos vamos a caer —responde, luego de un momento, con su voz grave y cansada—. Al final, nada te une a nosotros.Me levanto de golpe, incapaz de quedarme inmóvil mientras el enemigo se acerca cada vez más. El eco de los pasos en la parte superior resuena después de cada golpe, cada mueble roto. Se están acercando.—Deja de decir tonterías, me salvaron la vida. ¡Soy un Garibaldi, sé cómo corresponder a eso! —le record&ea