Guido, después de llevar a Cecil junto a Cristal, que duerme con el bebé, regresó para hablar con su hermano. Gerónimo le pidió que lo siguiera. Caminaban despacio hasta la oficina que tenían en la empresa; entraron y se sentaron frente a frente.
—Me estás asustando, hermano —susurró Guido a su lado. —Guido, tengo que irme lejos —le dijo Gerónimo, mirando la expresión interrogante de su hermano—. Si sigo aquí, toda la familia corre peligro. No van a parar hasta que me atrapen. —Gerónimo, esto que te está pasando lo vivieron los que, antes que tú, fueron bendecidos con esa puntería en nuestra familia —dijo con firmeza Guido. —Esto no es una bendición, es todo lo contrario —respondió Gerónimo con un suspiro—. Si no tuviera eso que llamas bendición, ahora podría vivir mi vida tranquilo y feliz con mi Cielo. —Deja de hablar tonterías, hermano. Todos te protegeremos —aseguró Guido, apretando la mano de su hermano. Gerónimo suspiró, dejando caer sus hombros,